SEŅOR JUEZ

Querido Sr. Juez:

     Si no empiezo así, seguro que este sobre lo abre algún pinche.
     Pero quédese tranquilo, no se trata de una carta de amor. Esta
es una carta de suicida.
     Disculpe el tono dramático y la apelación a la muerte, que como
todos le tienen miedo, es una de las pocas palabras que, en estos
tiempos en que todos andamos ocupados no se sabe bien en qué,
todavía sirven para que a uno le presten un poco de atención (usted
incluido).
     Pero no se me asuste. A mí no me da el cuero para matar a nadie.
y en el nadie estoy yo incluido. ...Hasta pensarlo me da chucho.
     Vuelvo a lo suyo: usted tiene que leer esta carta como si fuera
de un suicida en serio. Si le pongo el parrafito anterior es porque
no me gusta asustar a la gente y que después usted me eche la culpa
de que le agarre miedo de noche.
     Espero, señor, que se encuentre bien de salud, al igual que su
familia y las mascotas de sus chicos. Usted se preguntará por qué
le escribo estas cosas, bastantes extrañas en una carta de esta
naturaleza. Le explico: quiero que vea claro que se trata de una carta
y no de un papel sellado, que se manda archivar con saludos a los
del depósito.
     Si ésta es una carta y usted es un juez de la Nación, o sea, un
señor educado y serio, sabe que hay que contestarla. Esto 10 pongo
porque parece que la: mala educación se está extendiendo a los
Tribunales: y los jueces no sienten que hay obligaciones que hay que
cumplir aun cuando uno no tenga ganas. En el presente caso sólo
le pido que cumpla con la obligación de contestar, que tiene toda
persona que recibe una carta, y más si se trata de un pobre tipo que
le pide un favor que insume menos de diez minutos.
     Como ve, no quiero venderle nada ni lo estoy enganchando en
una cadena de diez pesos o de veinte padrenuestros. Le ruego que
no se me distraiga y siga leyendo esta carta de suicida (o casi). Sólo
aspiro a su comprensión y a su sentido de justicia.
     Usted quizá se pregunte si gasté todas las balas previas (perdón
por la metáfora demasiado fuerte) antes de tomar esta decisión de
suicidarme (le aclaro: sin morir, ni lastimarme, a mí o a otros
inocentes). Le puedo asegurar que sí.
     Lo que le pido es más que sencillo (espero que entienda y me
ayude). ¿Qué le cuesta contestar esta carta de suicidio? Ni siquiera
hace falta que la escriba usted. Simplemente le pide a algún
muchacho, de esos voluntariosos que debe tener en el Juzgado, que
escriba en un papel con membrete unas palabritas, parecidas a este
borrador que le acerco: "Con pesar recibí la carta de despedida final
del señor Tucho (así me conocen todos). Sé de los esfuerzos que todos
hicieron para que la vida le fuera un poco agradable. Reciban mi
sentido pésame. Lamento, al igual que ustedes que no podamos
encontrar el cuerpo" … Usted pone una firma, el sello y me la
manda. Yo me encargo de sacar seis fotocopias y se las mando a los
de mi ex oficina (Atención señores López, González y Pérez, y Srta.
Liliana), a la Caja de Jubilaciones (Atención Sra. Alcira), y a mi
suegra (aquí no hace falta atención alguna).
     A mi señora no le mando porque la pobre me ha aguantado
bastante, aunque en el último tiempo se ha puesto un poco rompe
portones o coquitos (como a usted le parezca mejor), pero debe ser
por los años.
     Ésta es la pequeña ayuda que le pido: Que usted haga como
que contesta la famosa carta que los suicidas le dejan a los jueces,
dándole el pésame a la viuda, familiares y amigos. No me diga que
si su abuela estuviera viva no se enorgullecería de que usted rompe
la tradición de archivar una carta ajena y contentarse con llamar a
los deudos a que declaren a ver si no le pusieron la bala al alcance
de la mano o la pistola a la altura del pecho (que los hay).
     Señor, ayúdeme a suicidarme sin riesgo y le voy a estar
eternamente agradecido. Hoy, que tanto se habla de volver a la
solidaridad, usted habrá colaborado con un pobre tipo que todavía
cree en la Justicia, anda con el ánimo por el suelo y está resignado
a vivir mal, pero sin que se abusen.
     Por favor no se me escude para no contestar la carta en que el
Código de Procedimientos no lo obliga, o que el escrito no está
firmado con tinta azul negra. Ah! Y quédese tranquilo que soy un
suicida que vivo y espero seguir viviendo (en el remitente que le
pongo con buena letra en la parte de atrás del sobre).
     Le cuento cuál es mi plan, así se queda tranquilo. Apenas reciba
su carta con la notita de pésame, saco las fotocopias, las meto en
un sobre y las envío a la gente (¡?) que le señalé más arriba.
Inmediatamente me voy a un hotelito en Plaza Italia, donde ya
averigüé que cobran poco y preguntan menos. Esa noche mi señora
se va a asustar y va a empezar con los llamados, En un par de días
todos confirmarán que me fui a la quinta del Ñato por decisión
unánime de mi persona. En ese momento reciben la carta... y
cuando están todos leyendo sus condolencias, aprovecho para ir a
darle un beso a mi señora y un susto de los que no se olvidan a mi
suegra, a algunos de mi ex oficina y muy especialmente la señora
Alcira de la Caja de Jubilaciones. Después me voy a entregar, no a
la policía, sino a ser manso y a vivir cada día con lo que venga.
     Seguramente usted necesitará algún motivo serio para escribir
la cartita que le pido. Por eso, le paso a explicar mi caso, con todos
los detalles porque una persona de su jerarquía, acossumbrado a
fundamentar sus sentencias, necesita conocer los hechos que me
llevan a esta póstuma (aunque no tanto) decisión:
     Sucede (¿para qué le vaya mentir?) que ando medio depre-podri-
agresivo frente a casi todo y especialmente con los que
gobiernan o hacen las leyes. Pero con estos no pierdo tiempo de
mandarle una copia de la nota suya. Son de lata, el peor metal, el
que se corrompe hasta por el contacto con el aire y que nosotros
debemos soportarlos por haber nacido en una tierra tan generosa,
donde uno siembra pasto y crecen vacas... Lástima que siempre sean 
ajenas y la leche cada vez más cara. La carne ni le cuento. Creo que
Dios les hace caer los dientes a los viejos para que no la extrañen.
Le aclaro que hasta ahora no fui agua de estanque manso, pero
todos me conocen como un tipo bastante tranquilo y aguantador.
     La cosa se me viene agravando desde hace tiempo. Casi desde que
me empezaron los dolores de ciática y el médico de la obra social
me dijo: "Esto recién empieza. Tiene que prepararse para vivir con
sus huesos". Como si hasta ese momento hubiera vivido con los
huesos de la hermana del galeno —con perdón de su investidura,
señor juez.
     Pero la explosión fue cuando me acogí a los ''beneficios'' de la
jubilación. ¡Me cache en dié! Mire que llamar así a "Correte, jovanco,
dejá pasar a los muchachos y andá a tu casa a escuchar tangos en
la piecita del fondo". Esto a uno lo hace pensar más en el verbo que
en la palabra ''beneficios".
     A mí esto no me jorobó mucho. Me reventó. Más aún, cuando
descubrí que la única salida inteligente frente a esto es la resignación.
     Antes de darme la medalla que la empresa otorga a los que se
jubilan, el tránsfuga de López, el jefe de mi departamento, dijo con
voz engolada y seguro que relojeando las piernas de la señorita
(Bombona) Liliana: "Usted se lleva nuestra admiración y respeto.
La empresa se honra en tener colaboradores como usted que no
retacearon trabajo y lealtad…". El chanta de López tiene labia,
lástima que mis compañeros de oficina cabeceaban como cameros
afirmativos, pensando en ese momento si no era poco el regalo del
reloj al que todos habían contribuido.
     Dorita —mi suegra, muy salerosa ella, cuando hace falta un
poco de azúcar— no bien llegué a casa con media botella de brindis
de más, comentó con su sabiduría de siglos: "Siempre tan inteligentes
sus compañeros... Se pasan la vida protestando porque los
persiguen con lo de llegar temprano... y cuando uno de ellos ya no
va a tener horarios, le regalan un reloj".
  Y así entonces empezó mi vida en casa. A los dos o tres días me
di cuenta de que nunca había estado alIí. Porque no es lo mismo
estar los fines de semana o algún feriado largo que encontrarse sin
tener que hacer nada un miércoles a las siete y media de la matina.
La casa es distinta. No es la que yo conocía... Hasta mi mujer —que
es un amor— está desorientada. Parece que siempre tiene que
limpiar justo donde yo estoy; cada vez que hago una compra, soy
un desastre; cuando arreglo algo sale el doble porque después tiene
que llamar al técnico... Sabe, juez, que me estoy preguntando si ella
no se está transformando. Antes era la piba más linda del mundo,
después fue mi novia, luego mi mujer, al tiempo la mamá de los
chicos, ahora... ¿sólo es la abuela?
     Suerte —señor juez— que tuve que hacer el trámite de la
jubilación. Suerte porque salí un poco de casa y no tuve que
enfrentarme con los interrogantes que le mostraba en el párrafo
anterior... Lástima que allí conocí a la señora Alcira.
     Cuando estaba por primera vez en la cola me ilusioné con que
me iba a atender la señora bajita, de ojos tranqui, que sonreía y
hablaba bajito. Pero me tocó la señora Alcira. Una flaca de anteojos,
malpeinada, mal arreglada y mal otras cosas relacionadas con el
sexo, que con el cigarrillo en la boca sólo decía: "Aquí falta..." y: 
"¡...el que sigue!".
     Meses de cola aguantando que me cantara la falta de algún
papel. Meses esperando que en algún momento la mina cambiara...
Meses leyendo los carteles del Sindicato: "La única jubilación
verdadera es la del Estado" y pensando: "La única jubilación
verdadera es la de privilegio", pero disimuladamente, a ver si se
enteraba la Sra. Alcira.. ..Y un día la cosa cambió.
     —Está en Conciliaciones —me dijo la Sra. Alcira, mirándome
frío por arriba de sus anteojos—. Cuando vuelva el expediente me
va a tener que traer un certificado de supervivencia.
     —¿Ustedes me citan? —le pregunté lleno de expectativa.
     —¡Con el trabajo que tenemos! ¿Qué se cree? ¿Que sólo trabajamos
para usted? ¡Qué falta de consideración! ¡Un poco de respeto,
por favor! —me contestó llenando de humo agresivo mi pulmón
derecho.
     —¿Qué hago? ¿Vengo por aquí? —musité viendo que se acaba
mi tiempo y que la señora Alcira ya daba signos de explosión nivel
uno.
     —¿No hablo castellano yo? —dijo la señora Alcira, mientras
tiraba mi expediente sobre una gran pila.
     —¿Y... cuando vengo, señora?
     —¡Para qué pregunta si ustedes vienen cuando quieren! 
¡... El que sigue! —fue la clara y concisa respuesta.
  De esto hace nueve meses... Voy tres veces por semana a ver si
hay novedades. Cuando me toca el turno, después de tres horas de
mirar el cartel del sindicato, me acerco y...
     —Buenos días, señora —digo con voz de corderito manso
degollado. ¿Hay alguna novedad?
     —¡El que sigue! —es la contestación que escucho después de un
corto gesto entre negativa y asco.
     ¿A usted le parece —juez— que se puede tratar así a un pobre
tipo que trata de recuperar algo que le vienen robando desde que
tenía dieciocho años? Esto me está volviendo loco. Hasta tengo
miedo por mi masculinidad cuando me escucho diciéndole gracias
a esta hija de mala perra... Por eso quiero mandarle una copia de la
carta que usted me conteste a esta arpía. Espero que la joda.
...Aunque estoy seguro que se va a limitar a decir en voz alta: "¡Uno
menos! ...El que sigue". ...¡Vieja de mierda!
     Disculpe la forma medio puteadora, pero tenga en cuenta que
lo digo en voz baja. Lo que pasa es que hoy día sólo vale ser joven,
con plata y pintón. La gente para no ver cómo se viene la vejez se
acostumbra a no mirar a los viejos. ¿Si no nos ven, cómo van a sentir
culpa por el modo en que nos tratan? Por eso —señor juez— la única
salida digna es tragarse la bronca y responder, para no ser
solamente un resignado en la vida, con una puteadita en voz baja.
     Tanto esperar en la Caja de Jubilaciones me convenció de que
por ahí podía hacer algo útil en mi ex oficina. Tenía claro que ya no
me dejarían hacer lo que hice toda la vida, pero todos me conocían
como un tipo de extrema confianza. Entonces pensé que podían
encargarme de llevar las declaraciones juradas a Impositiva, los
poderes a la escribanía, los depósitos al banco, los papeles a
Aduana... En una palabra, no jorobar a nadie y hacerle ahorrar unos
pesos de motoqueros a la empresa. 
     López había dicho darito que las puertas de la empresa siempre
iban a estar abiertas para mí. Lo que no aclaró fue que se trataba
sólo de las puertas de salida. Le comento que hasta mis compañeros
más íntimos sólo se pusieron contentos la primera vez que pasé a
saludar. Después se empezaron a escabullir apenas me veían.
Seguro que tenían miedo de que comenzara con las anécdotas de
mi tiempo... Pero yo iba para otra cosa, no para hablar del tiempo
pasado. Siempre quise hablar con López o con el señor Gonzále~.
Seguramente que era González el que decidiría lo que yo quería
pedir, pero si no pude ni hablar con López. ¿Cómo llegaba a
González? ¡De Pérez ni hablar!
     ¿Puede ser, juez, que siempre está ocupado este López? ¡Es un
cuento! Si yo lo veía todo el día leyendo los diarios por Internet y
como de vez en cuando se mandaba algún solitario, que era el mejor
momento para pedirle algo, porque para disimular, decía que sí a
todo. Es cierto que chatear no chateaba... pero porque no sabía.
Hasta creo que "Bombona Liliana" le avisa cuando llego y él cierra
la puerta. De "Bombona" mejor no le cuento, porque ésta es una
carta seria y para ella "seria" es el femenino de "serie" de la tele. De
los fatos de Bombona o de López, que conozco unos cuantos, no le
voy a decir ni palabra, juez, porque seré cualquier cosa, pero botón,
no.
     Yo sólo le quería decir a López: "Necesito que me dejes venir a
la oficina aunque sea para actualizar los teléfonos de los clientes.
No quiero sueldo. Tirame unos pesitos para el colectivo, así no me
siento un obsecuente. Si no lo comentás en público, hasta te voy a
comprar cigarrillos... Lopecito, dale. Acordate que yo te conozco
desde que eras un chiquilín y tu mamá te traía a buscar a tu viejo...
¿Qué te cuesta decirle a González que me ponga una sillita en la
parte de atrás? ¡Pérez ni se entera!
     ...Por eso una copia de las cartas que voy a sacar de la que usted
me conteste, la voy a mandar a la oficina para que la lea López, se
atragante González y Pérez pregunte qué pasó....Y que la
"Bombona" Liliana deje de llamarme "amoroso", cosa que empezó
cuando me retiré y que no tiene que ver con ninguna conducta
familiar con la susodicha (eso no incluye alguna miradita a sus
gambas, que son un don de Dios y sobre las que ella no tiene mérito
alguno).
     Una de las copias se la voy a mandar a mi suegra, cosa que la
va a poner más loca que de costumbre. Hace más de treinta y siete
años que la vengo aguantando. Desde cuando la conocí a mi mujer
no cambió el discursito de su mirada: "La nena merece algo mejor".
Creo que quizás haya tenido razón, pero el que merecía algo mejor
fui yo... y no me refiero a mi mujer, me refiero a mi suegra. Pocas
veces he visto una mujer tan jodida. No le bajo a detalle porque es
la abuela de los chicos y la bisabuela de mis nietos, pero créame que
si tuvieran que publicar las obras completas de mi pobre mujer, los
veinte tomos estarían llenos de "perdonala a mamá, entendela a la
pobre, ponete en su lugar". ¡Y eso que es la hija! Tengo la tentación
de pedirle que si alguna vez tiene un policía que se le esté volviendo
bueno, mándelo a que esté un tiempo con ella. Eso sí, que venga
preparado (chaleco antitodo) porque no sabe de lo que es capaz la
vieja ésta.
     Sabe, señor juez, que a medida que voy escribiendo esta carta,
me ha ido agarrando bronca y eso es lo que me pasa todos los días.
Con el correr éle las horas se me calman un poco las ganas de matar
a la Sra. Alcira de Caja de Jubilaciones, a López, a González, a mi
suegra y hasta a la "Bombona"; pero no crea que me calmo del todo:
cambio la muerte por una puteada hasta la quinta o sexta
generación materna. Pero eso no puede hacer bien a la salud de
nadie.
     Por eso, juez, creo que usted debe escribir la notita que le pido.
Los jueces están para arreglar conflictos y no para llenar papeles
con sellos y firmas rebuscadas.
     Bueno, usted se me debe estar cansando de tanta lata quejosa.
Trate de mandarme la cartita rápido, que estoy un poco nervioso
con esto de mi próxima muerte y resurrección.
     Le repito: lo único que busco es volver a saludarlos y cuando se
les agranden los ojos al verme, zamparles: "¿Cómo te sentiste
cuando recibiste la cartita del Juez en la que te agradecía todo lo
que hiciste para hacerme feliz en la vida?" 
     No le voy a negar que haya algo de venganza, pero le aseguro
que es con la mejor de las intenciones.
  ¡Ah! Por si le entran dudas para mandar la cartita que le pido,
piense que si esto sigue así y se me llega a escapar el indio y hago
algún estropicio (no sabe las ganas que tengo) con mi suegra, la Sra.
Alcira de Jubilaciones, Lopecito o algún otro, se va a descubrir que
pedí su ayuda... Y no me vaya hacer cargo si a usted lo acusan de
abandono de persona a punto de explotar; o le enchufan que no
cumplió con sus deberes humanos de funcionario de la Justicia.
     Mire que, por ahí, lo denuncian y cae el expediente en uno de
los jueces televisivos... ¿Y qué va a opinar su señora, si le encajan
posible complicidad con la Bombona?



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