Sur


Alguien carajeaba detrás del capot abierto. Cuando pasé por el costado, miré como al descuido y vi que era un tipo morocho. Su camisa impecable y la corbata celeste delataban que se trataba de un bacán ó de su chofer. El saco demasiado bien doblado sobre el asiento delantero y las mangas bien arremangadas me confirmaron que se trataba de un laburante del volante. Laburo bacán, pero laburo.

Yo sonreí a la señora sin sacarle los ojos de encima al chofer y sus indicaciones. De a poco el coche empezó a bufar y al rato se fue animando a hacer el suave ronroneo alemán de fábrica.

Cuando el chofer me estaba diciendo "Gracias, viejo, sos una fiera", volvió la voz de la señora:

Antes que pudiera reaccionar, la voz de la señora, dulce, pero firme, me indicó:

Me alegré porque me iba a ahorrar $ 5.25 de boletos varios, que a mi sueldo de 757,50 (repositor en Wall Mart, turno tarde), le venían fenómeno. Además iba a estar en casa en la mitad del tiempo.... Pero ¿Esto no sería un abuso? La señora no tenía pinta de vivir por el Sur...

Los mil gases a los que salió el chofer me hundieron en el respaldo. Cuando me acostumbré a la velocidad, pude escuchar a la señora que me estaba contando de su hija Carito y sus amigas, que eran de mi edad. Las pibas tenían lindos sobrenombres, pero unos apellidazos que eran de avenidas y estaciones de tren.

De repente se me cruzó si las calles de mi barrio se llaman 113, 117 bis o 34 ancha por escasez de próceres locales o porque todavía no son importantes como para llamarse "Presidente Perón o Evita".

...Cuando le contesté que no seguía estudiando, observé que mucho no le gustó, pero cuando le agregué que por suerte ya había conseguido un trabajo, la señora comentó como para sí:

El chofer, que seguía todo por el espejito retrovisor, aprovechó que la señora se puso a mirar por la ventanilla para preguntarme: —¿De qué cuadro sos, pibe?

Pero la señora sin sacar su mirada de la ventanilla comentó casi sin ganas:

El chofer, entonces, con una sonrisa canchera, me hizo asomar hacia el asiento delantero y se puso a explicarme el tablero del coche. Era fenomenal. Lleno de luces de colores y aparatos que mostraban hasta la temperatura de las bielas oxipitales.

En un momento se me ocurrió bichar qué hacía la señora mientras nosotros charlábamos y me encontré con que sus ojos habían sido atrapados por el Sur... La señora miraba y miraba y parecía que el Sur también la miraba y le mostraba sus galas: Potreros, coches medio viejos, gente, casas bajas, chicos, alguna villa, pizzerías y barrio, mucho barrio... ¡El barrio sur desfilaba alegre y despreocupado por la ventanilla!

Cuando nos fuimos acercando a Berazategui me empecé a poner nervioso. No quería que me llevara hasta mi casa... Es que los míos son... un poco... especiales.

El chofer manejaba despacio por los pozos de diferentes tamaños y contenidos. El cochazo empezó a llamar la atención de la gente que, como todas las tardecitas, había sacado las sillas a la vereda para disfrutar del fresco, de la charla y del mate... Los pibes de la barra del Tote dejaron de quemar unos plásticos pestilentes y se quedaron con la boca abierta... Hasta escuché a uno que decía: "Es el pibe que labura en Wall Mart. ¡Parece que lo trae la Amalita...! ¡Hay que avisarle al viejo!".

Ustedes no saben lo rápido que son las comunicaciones trascendentes en mi barrio: Cuando nos acercamos a casa, ya la vereda estaba llena con mis cuñados, hermanos, sobrinos mayores y menores, casi todos los vecinos, algunos colados y los chicos de tres cuadras a la redonda. Se había formado un comité de recepción al frente del cual estaba mi mamá, que se había sacado el batón y se estaba arreglando la pollera. Más atrás estaban mi viejo y todos los hombres de la familia. Por suerte todos tenían al menos una musculosa puesta.

Al fondo estaba la Tía Hermosinda, más perdida que nunca, en su silla de ruedas y con una manguera chorreando agua en la mano. Se ve que alguno estaba regando el jardín cuando llegamos y no supo dónde poner la manguera. Los perros — almitas del suburbio — estaban por todos lados, con sus colas saludadoras.

La señora de Nazar se conmovió. Miraba todo y hablaba a los borbotones. Cuando el coche se detuvo, el mundo también lo hizo. Nadie se movió... Pero ni bien se abrió la puerta y bajó la señora, mi mamá se adelantó, la besó y la estrechó en un abrazo, diciéndole "¡Hola, venga, pase!", que es lo mejor que le sale cuando no sabe bien qué decir.

Inés Hueyo de Nazar respondió con un sincero "Gracias" y se entregó a los saludos, mostrándose cariñosa con las mujeres, simpática con los hombres y amorosa con los chicos.

A los cinco minutos estábamos todavía presentándonos. Hasta vi a dos de mis primas que la saludaron tres veces para bicharle mejor la pilcha. Al final mi papá, que se había puesto una guayabera de color naranja, se acercó a la señora y le dijo: "Bienvenida... Háganos el honor de pasar... La casa es chica, pero el corazón es grande..." Y le ofreció el brazo para entrar. Ella, desorientada, pero canchera, aceptó, tomando con el otro a mi mamá, cuya sonrisa no terminaba en los límites de su cara.

Entraron al comedorcito y la hicieron sentar en la punta de la mesa. Mientras sacaban el hule, la Señora tomó una punta del mantel y con mucho cuidado y disimulo, se limpió restos de caramelos que los chicos le habían dejado en sus manos.

Mi hermana Teresa cuando pasó a mi lado me susurró: "...¡Sólo a vos se te ocurre traer semejante visita sin avisar!".

No quiso escuchar mis explicaciones y me empujó hacia el comedorcito, donde estaban todos. ¡Suerte que habían tenido tiempo de sacar las camas de los melli! Ahora había allí tres zonas, la de la familia, la de la señora y una zona franca en el medio.

Mamá le ofreció su especialidad: Licor de huevo casero, "como lo hacía la nona Giuliana". Desde atrás Teresa alcanzó "para acompañar" un paquete de galletitas "Pepa". El viejo aprovechó y se sirvió medio vaso de Ginebra, mientras le explicaba: "¡Ah...! ¡La úlcera!" y se fregaba la panza con el porrón. Mis hermanos destaparon unas cervezas y del cielo cayeron un salame picado grueso y un matambre, que era para el domingo...

Uno de mis cuñados —por suerte— les dio unos pesos a los chicos que salieron a comprar chocolates con figuritas. Vino fenómeno porque así hubo más espacio para todos y también un poco más de fiambre.

La Hueyo de Nazar aceptó a regañadientes... ¿No sería mucha molestia? ...Ya había tomado "el licor maravilloso de la dueña de casa". ...Había tomado cerveza "porque el licor me da mucha sed". ... Había tomado ginebra "sólo porque el señor me lo pide...". Bueno... Había tomado. Pero no era ni iba a ser la única. Al final, sólo se cuidó Lopecito, el chofer: Como tenía que manejar de vuelta, no mezcló el tinto con nada, ni con soda.

Cerca de medianoche, después del asadito, de mirar fotos de mi familia, de mostrar las de la suya, que llevaba siempre con ella... Después de demostrar excelente aguante para los versitos de mis sobrinos y de cantar a dúo con mi viejo partes de Aída, Rigoletto y algunas canzonetas napolitanas... Después de un día de emociones nuevas, la Señora de Nazar se empezó a despedir de todos. Hubo besos y lágrimas como al principio. A mí, emocionada me dijo: "¡Gracias por la invitación... El cielo te ha bendecido con una familia... Y Racing... ¡Alguna vez va a salir campeón!"

Me esforcé en pensar algo inteligente para contestar, pero ya el chofer estaba cerrando la puerta. Y así como una estrella fugaz, la señora se perdió en la noche... Me quedé farfullando a una patente que se alejaba.

Me fui despacio a la cama y antes de dormirme miré el banderín de Racing y pensé: "¡Seguro que vamos a salir campeon!".


(un capitulo del "El Ganador")

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