Presentaciones y Críticas
El Ganador (Vinciguerra - 1997) de José María Fernández Alara
Por Julia Chaktoura
Es ésta una obra intensamente satírica en la que el
humor es una constante y se convierte en el gran protagonista.
Por mas dramáticas y más execrables que sean las
circunstancias, se resuelven con solvencia y recuerdan las
"locuras" de Mel Brooks.
La mordacidad reina con astucia; nunca es poca, pero nunca pasa
los límites. Ese equilibrio, esa dosificación
certera que utiliza el autor para escarbar la herida de las
lacras humanas, permite aproximarnos a nuestra esencia, poniendo
a resguardo la culpa y el remordimiento, posibilitando
también que nos reconozcamos con una sonrisa benevolente y
- casi diría - fatalista de nuestra inefable
condición humana.
El filósofo francés H. Taine decía que
"...el humorismo confunde todas las formas, la poesía, el
argot, los arcaísmos y los neologismos. La libertad
subjetiva varía la perspectiva del humorista, mirando lo
grande desde lo pequeño y viceversa, y convirtiendo lo
sublime en ridículo y lo ridículo en sublime".
Nunca tan bien aplicadas las palabras de este pensador como al
género satírico en el que campea la más
disparatada coherencia, la situación más cruel, la
resolución ocurrente, la frase chispeante, el delirio.
Fernández Alara experimenta con el lenguaje hasta el
límite obteniendo sorprendentes juegos de palabras.
Utiliza para ello herramientas lingüísticas como la
hipérbole, la litote y la antítesis. Con un ritmo
veloz, difícil de seguir, muestra lo grotesco de ciertas
actitudes humanas por medio del contraste y de la
exageración. Esta combinación de elementos, que
sólo pueden dar resultados cuando los maneja un
intermediario eficaz, desemboca en una prosa humorística
en la que la sátira no perdona ni a hombres ni a
instituciones y tiene la virtud de romper con sacralizaciones
impuestas porque sí.
La sátira es un género literario harto
difícil, porque quien se interna por esos caminos
espinosos debe poseer: un lenguaje amplio y fluido, un
espíritu travieso para hacer juegos de palabras novedosos
y una mente libre de estructuras para poder romper esquemas
establecidos.
Además de estas condiciones poco frecuentes, tiene que ser
dueño del equilibrio justo que le permita desarrollar una
trama entre verosímil y alucinante, con personajes tan
reales como insólitos. Si se inclina demasiado hacia la
normalidad, la historia se vuelve insulsa y aburrida, como algo
que se quedó a mitad de camino. Si, en cambio, se excede
en el caos que propone, sólo ofrecerá
confusión y -desde luego- hará decaer el
interés del lector, dado que nadie puede gustar de aquello
que no comprende.
Cuando leí los originales de esta obra, recibí como
un flash las secuencias de las películas de Mel Brooks. Me
sorprendieron la vitalidad del lenguaje, los diálogos
rápidos como latigazos, el disparate controlado, las
acciones presentadas con tanta solvencia que me permitían
visualizar las escenas.
Fernández Alara es un observador sagaz y un humorista muy
sutil que obliga a una relectura de su obra, porque este libro es
rico en más de un sentido.
El Ganador no sólo es intensamente satírico, con un
humor constante y protagónico, hay además un fondo
casi cruel que pone al ser humano al descubierto y lo ubica
frente al espejo de sus ridículas actitudes: ese reflejo
patético de lo que somos a veces y no nos gusta demasiado
que nos lo recuerden.
Por eso, el autor -que algo sabe de estas cuestiones- tiene la
gentileza de poner a resguardo nuestra dignidad y nos otorga -y
se otorga- una mirada condescendiente. Al fin y al cabo
sólo somos seres humanos.
El humor -personaje sobresaliente de esta novela- es ese elemento
que no puede faltar en nuestras vidas para que ciertas
contingencias resulten soportables.
Con singular talento, el autor crea muchas ficciones que si las
miramos objetivamente parecen imposibles, pero se engarzan con la
realidad de una manera sólida, ahondando en la
psicología de los personajes, estableciendo
atmósferas alucinantes, haciendo creíbles las
historias más disparatadas.
Lo que agrada al lector es que Fernández Alara no hace un
humorismo vano, no se trata de una seguidilla de situaciones
graciosas que se agotan en sí mismas. Por el contrario,
utiliza el humor como medio para pintar situaciones
-insólitas a primera vista-, pero que apuntan sin piedad a
nuestras neurosis cotidianas. Y da siempre en el blanco. El ser
humano es desnudado y puesto en evidencia sin concesiones, pero
con una sonrisa comprensiva.
Sería superfluo continuar analizando para ustedes esta
obra que reclama con impaciencia el contacto con los lectores.
Por lo tanto, los dejo con ella para que la disfruten y celebren
al autor que produjo este hecho literario.
El Difunto Correo (Vinciguerra - 1998) de José María Fernández Alara
Por Germán Cáceres
Esta novela en muchos sentidos se puede considerar un policial al estilo de Westlake, quien después de escribir "A quemarropa", un hito insoslayable del subgénero crook stor, donde el protagonista es el delincuente, en 1970 se pasa al humor y crea con la novela "Un diamante al rojo vivo", la serie protagonizada por la banda Dormunder, en la que propone situaciones desopilantes que bordean el absurdo.
Un espíritu muy similar al de Westlake campea en El Difunto Correo. Fernández Alara plantea en ella una locura planetaria, porque el universo - o por lo menos la Argentina- parece regirse por leyes muy alejadas de la lógica.
El nudo de la cuestión recala en el esclarecimiento del crimen de un cartero ocurrido a principios del siglo XIX, en los tiempos del caudillo Facundo Quiroga (en ese entonces al cartero se lo llamaba "correo").
Sucede que interviene en el caso, el notable Juez Federal Nicasio A. Las Leyes, de Deán Funes, Córdoba, partidario de la teoría de la reencarnación, es decir que los espíritus son inmortales, pero no se van de esta tierra. Por lo tanto, el culpable de un asesinato puede ser castigado después de muerto en su nueva reencarnación. Perseguía así a delincuentes del pasado en sus nuevos cuerpos. Al fin se cumplía el dicho "el que la hace la paga" o si se prefiere "el crimen no paga". La actitud de este peculiar funcionario motivó que bajara el índice de delitos, por cuanto los delincuentes se percataron de que la persecución iba a durar hasta el fin de los tiempos.
De la desaparición del cartero es acusado Eusebio, un muchacho a quien se le atribuye, casi a principios del siglo XXI, ser el hijo espiritual de la Difunta Correa, la santa más popular del norte argentino. Porque la mayoría de los personajes de la novela están enrolados en el animismo, y se citan almas en pena, posesiones, transmigraciones, ruidos en los cementerios, sanadores, etcétera.
Fernández Alara, en una actitud tan audaz como antisolemne frente a la historia argentina, mezcla en la trama al cura Brochero con Facundo Quiroga, quien al recibir una misiva del famoso cartero, donde le cuenta que lo han amenazado de muerte, se enardece de tal manera que rompe en pedazos la carta, y en ellos envuelve los diez de verdurita que compra en cada una de las verdulerías de La Rioja.
Para resolver tan complejo caso interviene -aunque no se crea- la mismísima CIA. Pero aclaremos que es la sigla de la Corporación de Injusticias Anónimas, agencia privada argentina de detectives, que dirige el investigador científico Arquímedes C. Pérez. Éste ha inventado un método que nada tiene que envidiar a la famosa "detección" de Sherlock Holmes: se trata de "constreñir fuertemente con ambas manos el hemisferio cerebral derecho, para que toda su artillería de lógica aristotélica, cuántica, matemática y simbólica esté a disposición en grado de alerta uno/rojo. Luego hacer lo mismo con el izquierdo, el de las intuiciones, creatividades y saltos premonitorios..."
El detective tiene un ayudante, Omar R. Motta, que es el narrador de la historia. Fernández Alara, a través de este personaje desarrolla un lenguaje fluido, rico en expresiones del habla popular, y que no teme caer en el desenfado. Mucho de la simpatía y del humorismo del libro provienen de los continuos comentarios de este aprendiz de detective. Así, describe a un personaje nada querible diciendo "estaba un tipo alto, bien plantado y con cara de vinagre mal estacionado". O para referirse a alguien que aparenta no prestar atención: "tenía cara de cartas bajas". Y describiendo su propio rubor comenta "colorado como tomate recién sacado de debajo de la canilla"
Pero el autor no sólo despliega una inventiva que parece poder continuar hasta el infinito en las ramificaciones y vericuetos de la compleja trama, que llega a desarrollarse en tres lugares distintos (Buenos Aires, Córdoba y Uruguayana), sino en nuevas costumbres y sorprendentes artefactos. Por ejemplo el capítulo 5 habla de "televercidio", que no es ni más ni menos que un tipo de suicidio que consiste en ver televisión hasta morir. En los tramos finales aparece el telelatófono polimodal que no es otra cosa que "un teléfono de campaña, tipo lata de duraznos-piolín, pero más moderno."
Rosaurita es un personaje singular. En principio es la bella de la novela, la joven dulce e ingenua que acompaña fielmente a su novio Eusebio, al que se le imputa un crimen que no cometió. Pero esta vaporosa y angelical heroína es una mal hablada, que no cesa de lanzar palabrotas y adoptar poses y gestos guarangos. Sus intervenciones son realmente hilarantes.
Lo curioso de esta segunda novela de Fernández Alara -la primera, El Ganador, también de humor- es que todos los personajes son protagonistas; a ninguno les falta un espacio para su delirio y desenfreno. El mismo villano, el infame procurador Malatesta, es sometido a juicio en una pizzería, después se arrepiente y quiere convertirse en predicador, pero, claro, televisivo y de canal abierto. Y hay un común denominador para la mayoría: pretenden ser sobradores, experimentados, o sea, "cancheros", como se dice en la jerga popular.
Alara sabe narrar. Las explicaciones que va pergeñando a medida que suministra información, son lo suficientemente ambiguas para crear suspenso en el lector, que no puede dejar de leer la novela porque siente curiosidad por saber de qué manera pueden llegar a relacionarse Pancho Sierra y Facundo Quiroga.
Lo meritorio es que este libro, pese a su tono burlón, a su vocabulario lunfardo, a su falta de prejuicios en el uso de las malas palabras, posea una prosa cuidada, fruto de un gran trabajo de corrección, a la vez que apele a citas sobre hechos científicos y culturales que revelan de parte de Fernández Alara estudios serios en disciplinas como Derecho, Psicología y Filosofía.
El Difunto Correo, desde su título, un juego de palabras que se continúa en sus diálogos desternillantes y en sus ocurrencias plenas de ironía, puede entenderse también como una parodia del género policial, construida con un espíritu bien argentino.
Para resumir, es una novela para no perdérsela. Vale la pena leerla.
El Difunto Correo
Por Elvira Levy (publicado en Crítica Literaria del
Suplemento Literario de Imagen)
A través de El Difunto
Correo hemos descubierto que bajo la seriedad de
Fernández Alara se esconde un escritor con un acendrado
sentido del humor y dueño de una vis comica inédita
-puesta de manifiesto en El Ganador, su primer libro -.
Observamos también su curiosa mirada - entre pícara
y profunda - sobre la realidad.
Ya desde el título que parodia a la famosa santa popular
argentina, El Difunto
Correo se lee con una sonrisa y a ratos
con una carcajada. Para ello el autor crea un argumento de
situaciones ingeniosas, inventa palabras (televercidio,
telelatófono, etc); escribe diálogos ágiles
y desopilantes, indaga en la historia; se apasiona por la
problemática del hombre, tomándola en sorna.
El tema: un misterioso crimen del siglo diecinueve, aún
sin develar, y la búsqueda del presunto asesino - culpable
por la teoría de la reencarnación -, que se intenta
juzgar en nuestros días. Los personajes son
muchísimos y pululan por la novela recordándonos
aquellas historietas donde en un solo cuadro conviven decenas de
ellos y que, no obstante la disparidad, se enlazan y marchan
ordenadamente hacia una misma línea argumental, sin que el
lector pierda las pistas que el escritor ofrece.
Todo se concatena; una situación deriva en otra aún
más jocosa. Esos personajes que, en menor o mayor escala
son todos protagonistas: Arquímedes C. Pérez (el
investigador científico, jefe de la agencia CIA); Omar R.
Motta, su ayudante y narrador de la novela; Eusebio, Rosaurita,
doña Sofía, el juez Las Leyes, el malo Malatesta,
los camioneros, entre otros tantos, mezclados con la Difunta
Correa, el cura Brochero y Facundo Quiroga, sin olvidarnos de la
gata Moira y el perro Ladrido, están "juntos, pero no
revueltos", nos divierten con sus aventuras y nos llevan hacia un
final imprevisto.
El Difunto
Correo es para quienes quieran entretenerse.
Fernández Alara lo ha escrito con este propósito.
El Difunto Correo
publicado en Soles, la agenda Cultural de Buenos Aires
La historia no se ha ocupado del difunto correo. Parece
sólo contentarse con señalar como instigadores del
asesinato de Facundo Quiroga a los hermanos Reinafé,
quienes gobernaban entonces la provincia de Córdoba y
fueron por ello juzgados y condenados a muerte.
Pero dos siglos después, un descendiente de ellos denuncia
un complot del que fue víctima su familia y manifiesta que
el verdadero asesino del caudillo riojano está vivo.
El juez que interviene en la causa es un magistrado famoso por
aplicar justicia a cuanto cuerpo o espíritu se le ocurra
delinquir, no importa el tiempo que haya pasado del delito
cometido. Su primer medida es reabrir la causa del difunto
correo.
El Invento Argentino (Lugar Editorial - 2003) de José María Fernández Alara
Por Gloria Bancalari
En este libro de Fernández
Alara, como en sus dos anteriores - El Ganador y El Difunto
Correo- el humor es una constante y se convierte en el gran
protagonista, con verdaderas trampas, en las cuales el lector
debe dejar de lado su razón ante las justificaciones
lógicas de los comportamientos mas incongruentes de sus
personajes.
Se trata de un humorismo que no sólo pone de relieve el
ridículo de las cosas, sino que además evoca la
piedad, la ternura y la comprensión a favor de los
más desamparados o los más débiles.
Precisamente allí, se advierte la gran cualidad de
Fernández Alara, al manejar el humor como un regalo de los
dioses que permite a los hombres comprenderse y aceptarse a pesar
de sus múltiples diferencias.
Fernández Alara maneja elementos de irrealidad, con un
lenguaje paródico, muy sugerente, vital, convirtiendo "los
diálogos rápidos como latigazos", tal como dijera
Julia Chaktoura, con respecto a El Ganador; flashes que a ella
le hacían recordar las películas del Mel Brooks.
Todo esto está presente también en El Invento
Argentino.
Ahora bien,¿Qué es el humor? ¿Cómo
definirlo? No sé si lo habrán hecho en su tiempo
Ben Jhonson o Jonathan Swift, los creadores del humor
inglés, o Shakespeare, con su humor trágico.
Borges dice que el humor es indefinible, como el sabor del
café o del agua. De todas maneras, es evidente que existe
una diferencia entre el humor y el ingenio. En el humor hay
siempre un elemento de fantasía, de imaginación,
que puede no existir en el ingenio o en la ironía.
Congreve decía que "no todas las personas de ingenio son
humoristas, pero todos los humoristas son personas de ingenio".
Esto era a raíz de que Addison, otro humorista
inglés, decía que el ingenio es padre del humor. Y,
entonces el humor es ingenio con algo más. Por eso me
gusta lo que dice Borges, que en el humor hay un principio de
fábula, un principio de sueño. Algo irracional.
Algo levemente mágico que se relaciona.
Yo encuentro en el autor de El Invento Argentino precisamente
eso: la magia; esa fantasía desbordante que conduce a sus
personajes al desarrollo de historias, de situaciones que tocan
zonas pintorescas de la vida cotidiana, y que aún en la
desmesura, el humor actúa como elemento de mesura, que
encarna, a la vez, la piedad y la justicia.
Un ejemplo de este "amor tierno" lo encontramos en el primer
cuento del Invento, titulado "Tres Padrinos", en donde la
solidaridad y la benevolencia en las intenciones se ponen de
manifiesto frente a una situación muy especial que se
produce en un ómnibus, en medio de una calle
céntrica y en una hora pico, con las dificultades propias
de una gran ciudad. Una joven embarazada ve que su momento de
alumbrar se aproxima. Entonces, de pronto, la indiferencia y el
desinterés, actitudes casi naturales en nuestros
días, se transforman a medida que los pasajeros, el
policía, los tacheros se enteran de la situación y
del deseo del chofer de llevar a esta joven cuanto antes al
hospital. El mismo colectivero le dice para tranquilizarla:
"Quedate tranquila, piba, que todo va a sallir bien. Te voy a
llevar al Hospital aunque tenga que meterme por el subte". Los
intentos de ayuda de todos los del ómnibus en medio del
embotellamiento y los bocinazos de los automovilistas, da lugar a
insólitas situaciones que culminan en un final
profundamente humano.
Recorremos el libro y en cada cuento nos encontramos con
personajes en los que domina un rasgo de carácter colocado
en situaciones tales, que ese rasgo los pone pícaramente
en "falsa escuadra" con respecto a los demás personajes y
a la acción.
A veces aparecen personajes que el bestiario humano rechaza, pues
ciertas actitudes de ellos no coinciden con nuestros patrones o
hábitos de vida. Es entonces cuando Fernández Alara
utiliza el humor para mostrar lo humanas que "también" son
esas actitudes.
Posiblemente allí resida la diferencia del humor de las
otras formas de lo cómico. Porque una constante del humor
del autor es la benevolencia de las intenciones, el
espíritu de tolerancia, invitando al lector a buscar un
significado mas profundo detrás de los episodios
más cómicos; y, a la manera de Chesterton, invade
las peligrosas, pero fabulosamente ricas, regiones de la
paradoja.
Entre los quince cuentos del Invento Argentino vamos a encontrar
más de una vez, la paradoja irónica, que
vendría a ser, según algunos autores, el primer
tiempo del humor. Fernández Alara lo obtiene al poner en
inmediato contacto el mundo cotidiano con un mundo
deliberadamente reducido al absurdo, pero, no obstante,
ampliamente justificado.
Ejemplo de esto es uno de los cuentos, titulado "El arte de la
buena guerra". El clásico libro de Sun Tse, "Los 13
artículos sobre el arte de la guerra" parece olvidado por
un sociólogo en la mesita de luz de una señora muy
especial, quien lo encuentra y lo describe como "libro escrito por
un chino hace como quinientas navidades", que la induce a escribir
sobre cómo es la "buena guerra", dedicándoselo a
"las" soldados de la paz. No quiero resumir el cuento porque no
tiene desperdicio.
Al terminar de leer El Invento Argentino, que ojalá a
todos les produzca el mismo placer que a mí, me
invadió una gran tristeza por aquellos que carecen del
"sense of humour", porque hay tantos humores diferentes que, sin
coincidir todos con la risa, penetran muy en lo hondo del
pensamiento y nos acercan a planteos sociales, filosóficos
y morales. El humor nos abre el capullo a la vida, como dijo
alguien, al riesgo de vivir. Es un arte de existir.
Yo, el Copista
(Vinciguerra - 2006) de José María Fernández
Alara
Por Fernando Sánchez Zinny
Estoy asombrado y congratulado de estar en esta casa que no
conocía, en este patio hermoso y maravilloso... Y comienzo
diciendo que, en realidad, yo conozco muy poco a José
María Fernández Alara. Lo he visto alguna vez y
hemos intercambiado un saludo. Mi vinculación ha sido, en
realidad, sólo a través del texto que me acercara
la persona que editara el volumen. A pesar de esto, curiosa y
paradójicamente me considero un conocedor de su obra y me
siento auguralmente amigo de él, a pesar de haberlo
tratado muy poco directamente.
Advierto esto porque creo que es sumamente importante. Me acerco
a este libro, a este libro "Yo, el Copista", virgen, sin
condicionamientos de amistad, ni de trato, ni de conversaciones,
con los sobreentendidos que surgen de ellas.
Voy a hacer ciertas reflexiones que creo que van a servir para
ampliar algún interés en la persona que quiera leer
este libro. Las presentaciones son para eso, para crear cierto
interés, cierta apoyatura conceptual. Después cada
uno encuentra en los textos cosas distintas.
Cuando estaba viniendo para acá, recordaba algunas
reflexiones que el libro me ha provocado. Quizá, el cariz
de lo que yo he encontrado hasta al propio Fernández Alara
lo vaya a asombrar. Los libros ayudan a vivir y cada uno
encuentra en ellos seguramente aquello que necesita.
Veamos este libro específicamente. Es sin duda una novela.
Tiene el desarrollo y la estructura propia de una novela, pero
acá voy a decir, y después lo voy a justificar, que
en realidad es algo más amplio que una novela en
sí, para mí se trata de una reseña de
sabiduría. Esto que digo podría parecer algo fuera
de lugar, exagerado o acaso complaciente con el autor. Por eso lo
quiero justificar y para ello me he hecho algunas pequeñas
anotaciones.
...Me extrañó la referencia a Borges en la nota
introductoria. Me dije ¿Será ésta la famosa
novela de Borges, de la que siempre se ha hablado? No, no se
trataba de eso; pero me di cuenta que había algo
importante relacionado con Borges y que era justamente la idea
del copista. Porque un copista es quien recopiló los
datos, un copista es quien, allá a lo lejos y hace mucho
tiempo, escribió "Yo, el Copista". Fernández Alara
se presenta sólo como el traductor del texto.
Cuando alguien dice "copista" está rescatando una de las
grandes funciones, que Borges vio con extrema lucidez, acerca de
la finalidad o el sentido de la literatura. El copista es el
transcriptor, aquel que toma y vuelve a repetir hechos, o vuelve
a narrar historias. Al narrar seguramente desfigura un poco y en
la suma de esas desfiguraciones se va creando la historia; la
historia verdadera, en el sentido, los sentimientos y la
inteligencia de los hombres.
El copista es testigo, cronista, y sostén de los
recuerdos; y siendo el sostén de los recuerdos es en
alguna manera el sostén de la vida entera, porque escribir
la historia tal vez sea un sueño, un sueño de
nuestras aspiraciones para el futuro; y el presente no sea sino
un vértigo, esta cosa que nos rodea y que realmente no
sabemos qué es. Realmente lo único real y verdadero
que llevamos con nosotros, lo único a lo que podemos
apelar y en lo que tener alguna confianza, pienso yo, son los
recuerdos.
"Yo, el Copista", es en principio un conjunto de escenas
medievales. Es la representación espontánea,
fragmentaria, superpuesta y profundamente vívida de un
mundo donde existe un cristianismo originario, inmensamente
fervoroso y al mismo tiempo cerrado, pero lleno de algo que, con
el correr de los siglos el hombre ha dejado de lado en las
sociedades occidentales, que es el gozo de vivir, todavía
emparentado con cierta reminiscencia pagana, con cierta
alegría inusitada y en alguna manera salvaje. ...Hoy el
hombre ya no es tan ingenuo.
De repente el libro cita nombres raros: Tromso, Trondheim,
Narvick, porque estamos, aunque ustedes no lo crean, en Noruega y
no en el sur, sino bien al norte, en los confines de Europa y del
mundo entonces conocido, donde en una hermosa imagen de
Fernández Alara, "el sol llega extenuado a los dominios
del rey Magnus".
La acción comienza en un convento medieval, no por el
origen de la construcción, sino porque se desarrolla en la
Edad Media; en esa época relativamente corta en siglos en
la que los países escandinavos ya han recibido el
cristianismo en la versión romano católica.
Todavía está lejos el fenómeno del
protestantismo, que convertirá a estos países en
luteranos.
En esa historia que comienza en un convento dominico en el norte
de Noruega, hay una escena rara y extraña donde se cita la
ermita de una Virgen, como ha habido tantas en todos los
países católicos, con un tipo de devoción
que nosotros conocemos. Esta ermita está ubicada en
Narvick y yo me he hecho a la idea, y es una fantasía muy
poderosa, que si un día uno fuera a Narvick y encontrara
el resto, la sombra de una ermita de la Virgen, de una hornacina
en la que hubo una imagen, esto sería un testimonio muy
curioso de otro mundo, un mundo que nosotros, los hombres
latinos, tendemos a ver con nostalgia y que da pie a alguna
relación directa de la historia del libro con
nosotros.
Fíjense ustedes que este convento está en Noruega,
en los confines del mundo, donde Europa se convierte en zona
polar. Los países escandinavos, que han generado tantos
pueblos y tantas oleadas de poblaciones invasoras, que han
incursionado en otros países de Europa: los godos, los
vikingos, los normandos, los yutos, los daneses, no han sido
invadidos por otros países. Están en un extremo,
este pueblo va hacia otras gentes, pero las gentes no van hacia
allí. No hay recuerdo histórico de una
invasión, de ocupación, de presencia del extranjero
en las calles y los pueblos. Eso ha permitido a esas poblaciones
un cierto aislamiento que ha devenido en un hecho cultural
peculiar y en el cuidado de los recuerdos y las tradiciones.
Esa distancia, ese alejamiento, hace que en ese extremo del mundo
los acontecimientos pasan por otros países, pasan por
Alemania, pasan por Rusia, por los Países Bajos o por
Francia. Escandinavia queda afuera o aparte, como alejado. Y Esto
me ha hecho pensar en que un libro puede ubicarse en muchos
lados, casi en cualquier lugar, pero aquí viene la
conexión que yo quería hacer con nosotros. Estamos
hablando de Noruega en este patio criollo, rodeados de estas
plantas, desde este corredor, desde esta galería, desde
este día que hoy es fresco, pero con la pesadez del clima
de Buenos Aires. ...Lo que sucede es que nosotros, acá en
Buenos Aires, acá en la Argentina, acá en el
Río de la Plata, también, en alguna manera, estamos
lejos del centro de los acontecimientos, vemos los
acontecimientos desde afuera.
Así, estos monjes hablarían de las cosas que
pasaban en la Universidad de París o en la de Bolonia, o
en Roma, o en la Corte Papal, pero ellos están lejos,
enormemente lejos y todo toma como el papel de relatos, de
consejas, de fábulas. Me ha llamado mucho la
atención esto y yo me imagino de repente que ese
país raro, ese país de alguna manera inexistente,
esa Noruega católica, que ya no está, esas tierras
donde termina el mundo, son una imagen nuestra. Y así, los
temas del libro no me parecieron de ninguna manera inusitados o
exóticos, sino "nuestros" temas. También entre
nosotros hay una vieja tradición, que está en esta
casa y en este patio y en estas plantas: aunque al mismo tiempo,
otro mundo ha venido y ocupa ya hace tiempo el lugar.
Pero vamos al libro: Seis partes. La primera parte o
capítulo, aunque no son exactamente capítulos: el
convento. La vida del convento y sus rutinas.
Luego la segunda parte: La salida al mundo. El mundo de lo
contradictorio, mundo en el que hay brujas y hechiceros
medievales, con hechizos y brujerías de ese mundo, que hoy
día no somos capaces de concebir. Nostalgia por lo
perdido, por el convento que se deja y miedo por el mundo que se
afronta.
Después, la tercer parte: Lo que el hombre ha construido.
O sea, primero tenemos el convento; en la segunda el mundo
exterior, un tanto contradictorio; en la tercera tenemos las
iglesias, las escrituras, las leyendas, la idea del juicio final,
la idea del bien y del mal, la quimera. Para decirlo en nuestro
lenguaje tenemos lo que el hombre hace, el conjunto de creencias
e ideologías que terminan y envuelven la realidad.
La cuarta parte arranca con una descripción curiosa de la
tarea del copista. A mí se me representó que se
trata de la manera en que el hombre modifica el mundo. El mundo
es construido por los diversos oficios: por los copistas, por los
religiosos, por los caballeros, por los guerreros, por los
labriegos, por los artesanos.
Y en medio de todo esto, aparece un fenómeno muy
extraño y muy curioso, el fenómeno del anacronismo.
Los personajes de esta novela hablan de una manera absolutamente
lógica y coherente en términos de la realidad
descripta, pero al mismo tiempo uno ve, uno intuye, uno comprende
que hay reflexiones actuales. Totalmente actuales. No actuales
porque estén mencionando nada que pueden vincularse mas o
menos en modo reconocible a acontecimientos de hoy, sino por la
forma de enfocar. ¿Cuándo se habla de la
simonía o de los albigenses, es realmente una mentalidad
medieval o una actual la que está hablando?
¿...Pero, en realidad, nosotros, con nuestra mentalidad
actual, no vivimos, no nos sostenemos y nos manejamos con
profundos anacronismos, que son los que nos dan fuerza?
¿En un abogado que sigue un pleito, en un médico
que atiende, no están en ellos todos los conocimientos y
toda la ciencia anterior? ¿No está allí toda
la aspiración de la sabiduría de siglos y eso es lo
que le da vigor? ¿En alguien que pinta, en alguien que
esculpe, en alguien que traza o diseña un edificio no
está todo el peso del arte? ¿Y en el pobre muchacho
que hace versos, que hace versos porque quien sabe qué, no
están todos los juglares del mundo, toda la libertad
infinita del arte?
Yo creo que hay una cosa muy profunda al decir que el hombre vive
del anacronismo. Nosotros somos y para ser, tenemos que ser de
hoy y de ayer. El hoy y el ayer de la novela habría sido
el ayer y el hoy de nosotros, porque los caracteres siempre se
confluyen. Ese ser el ayer y el hoy, esa totalidad es la que
confluye en cada uno de nosotros y nos da fuerza.
Luego, en la quinta parte, tenemos la conciliación. En ese
mundo contradictorio, de tan distintas formas, tenemos la
conciliación, que está en la enfermedad y por lo
tanto en la medicina. Porque la peste viene, porque la peste
iguala necesariamente, porque todos estamos igualmente indefensos
ante su realidad y concreción.
Y, por último, se llega. Y entonces cuando llegamos a la
madurez del rey, del rey que ha sido copista, que ha sido
príncipe y que es rey; después que evidentemente
han pasado los años y ahora se ha convertido en un rey
poderoso, grande y sabio, uno advierte que lo que estaba
transcurriendo era un viaje, a cuyo final se llega. Y esta novela
es, siendo una novela, la saga, pero no de ese personaje, sino de
su copista. Pero eso recién uno lo advierte, lo observa
veladamente en el final del viaje.
Yo creo que los libros son muchas cosas, pero especialmente son
conjuntos de símbolos. Esto está muy claro en
ciertos libros, seguramente en los grandes libros y en otros
muchos que buscarán serlo. El Quijote es una
sátira, el Quijote es la descripción de alguien que
vivió loco y murió cuerdo, el Quijote es una burla
de los libros de caballería, pero además, el
Quijote es una dimensión de la vida. Martín Fierro
es un relato de un perseguido, de un marginado, de un desdichado,
pero al mismo tiempo es una de las claves esenciales de la vida
de nuestra gente, seguramente la gran clave que ha dado la
literatura entre nosotros.
A menudo unimos lo escandinavo a la idea de viaje: Los noruegos,
sea por los vikingos o lo que sea, el sueco, el danés son
un gran velero, un barco, una navegación, un trayecto. Es
la saga de Peer Gynt, es Ibsen, que musicaliza Grieg; y es el
viaje de Pedro, el afortunado; y es Ibsen mismo que va a Italia,
que viajó a Italia desde las brumas septentrionales; y es
Axel Munthe, que vivió en Capri y escribió la historia de San
Michele. Es gente muy viajada que para conocer mundo tiene que
viajar.
Este libro es un viaje, un viaje a la manera de Fernández
Alara. Este libro es una especie de acceso a la sabiduría
o de persecución de la sabiduría. Hay de todo: hay
citas eruditas, hay imágenes, hay relatos, hay
interpretaciones. Este libro es contrastante y enormemente
grande, mucho más grande que su tamaño
físico, porque tiene de todo, como en botica. Yo creo que
así son los hechos de la vida.
Si ustedes quieren asomarse a un mundo extraño, a un mundo
rico y a un mundo raro, lean este libro, no se van a sentir
decepcionados de modo alguno. Yo a Fernández Alara le
deseo para él y para su obra todo lo que se puede desear,
que es mucha suerte.
La Tentación
(Vinciguerra - 2010) de José María Fernández
Alara
Por Sebastián Olaso
Los desencuentros, las aventuras fallidas,
las cartas inesperadas, los diálogos que no comunican y
los secretos sin rumbo producen sobresaltos en la rutina de la
gente, de la sociedad y de los lectores de este libro.
Cuando la línea que separa la comedia del drama se ha vuelto
demasiado delgada, José María Fernández
Alara se ocupa de hacerla desaparecer. Sus cuentos nos revelan
que el malentendido, el error, la mentira, el oportunismo y la
manipulación están mucho más presentes de lo
que creíamos. Y nos llevan a ese lugar oscuro y hermoso a
la vez en que la vida se desvía de su camino cotidiano.
Vení que te
Cuento (Vinciguerra - 2019) de José María
Fernández Alara
Por Haidé Daiban
Señores/as: Estamos reunidos para festejar un nuevo
nacimiento, que no es el primero de este padre prolífico.
Para dar fe de que hombres y mujeres debemos igualar algunas
cosas: deberes y derechos, por ejemplo, estamos ante el milagro
de este parir un nuevo hijo que concibió el padre de la
criatura, don José María Fernández Alara.
Todos los hijos son como deben ser, distintos y a la vez con el
mismo GEN Alara, vale decir con el Humor, un dejo de
ironía y la convicción de la veracidad de sus
afirmaciones. Esto proviene del meticuloso estudio de actos,
hechos mundanos, de errores y aciertos que sin pudor y con
convicción, sin vueltas ni medias tintas, dice y reafirma
en cada relato su autor.
En la primera página estamos al acecho y a medida que
vamos abriendo puerta en cada una de ellas,
compenetrándonos en el relato, y terminamos enganchados
con la curiosidad de querer descubrir (por deducción o
intuición), el final. ¡¡Error!!, siempre
estará la sorpresa. Muy bueno esto de compartir
obsesiones, dudas, detalles casi imperceptibles que conlleva el
escribir acompañando ,para el escritor, el arriesgarse a
no ser interpretado, arriesgarse a ser criticado. Allí
está el Valor de la Palabra y el de exponerse de defender
su punto de vista. En esta obra está todo eso y
también el escrutar cada tema desde un poder analizar a
fondo los por qué.
Esas incógnitas de sucesos cotidianos, aceptados
aún con sus errores, con su crueldad, en ese gran
cóctel, encontramos a "Vení que te cuento".
Acá está la otra cara de observaciones meticulosas,
filosóficas, psicológicas que, no por ser
Subjetivas son para negar o erradicar ya que la experiencia, la
honestidad en lo que expone el autor es para, justamente,
valorizar y releer antes de la inevitable sonrisa final que
promueve muchas veces el escritor por la compañía
de su inalterable Humor. Tanto el Humor como la ironía,
catalizadores de la crítica, son armas fuertes,
diría históricas, en la literatura, desde Quevedo,
Cervantes, B. Shaw hasta Borges por dar ejemplos conocidos. La
apertura a un señalamiento de acciones, posturas, o
errores humanos, entra en el lector para recordarle lo positivo y
lo desagradable de nuestra condición viviente y entonces
el relato, el cuento portan no solo la distracción como
valor, sino el Valor Agregado del Razonamiento.
Los Personajes que presenta Alara están muchas veces en el
borde, o sea, en la cornisa y esto ayuda a perdonarles algunas
disquisiciones y sin embargo, encajan en la realidad. Y los
hallamos en temas como el que encara la crítica a ese
miedo exacerbado a la vejez, crítica que se extiende a las
relaciones Padres e Hijos, con sus tradiciones familiares a
cumplir, legados, costumbres, etc. La comunicación entre
generaciones. Por ej. Viejo o El Reglamento modelo. Hay una
mirada frontal a las creencias y a sus representantes, hombres al
fin: Ej.: Reverendo padre espiritual. Tomar Mañana de
guardia, como relato descriptivo de lo que el autor piensa de las
fuerzas del Orden.
La deducción lógica es que este escribidor de las
acciones, reacciones humanas y quizá una forma de
perdonarlos en sus yerros es tomar el toro por las astas y hacer
uso del Humor de forma que el lector saque al final, sus
conclusiones. Convengamos que el Humor es un Arte que no llega
por ósmosis o con estudios previos, es un virus que ataca
y es difícil de eliminar siendo agradable de soportar
simplemente porque ayuda a sobrevivir a los embates más
difíciles de la vida, y la yapa es que se puede compartir
con los demás. Este paliativo, remedio insustituible,
convierte al humorista en un curador implacable contra los males,
aun los físicos, ya que se utiliza y aplica en terapias
hospitalarias.
El Manejo del lenguaje deberá estar acorde con ese fin y a
su vez encuadrar al personaje dentro de la narración. De
modo que con leer (o escuchar) dos o tres frases de ellos
tendremos inmediatamente reflejada la imagen del mismo: su sexo,
sus miedos, su forma de relacionarse con los otros, sin necesitar
de su presencia. Hay en cada relato mucho de filosofía
cotidiana, chispazos de psicología; esa realidad escrita y
descripta, nos lleva a extrapolar, a hacer un paralelismo con
nosotros y con hechos y personas conocidas hasta llegar a un
"dejá vu" que provoca la carcajada. No son ataques ni
irreverencias de Alara, sí aflora su punto de vista
particular, fresco, claro irrepetible. Su marca distintiva de la
Literatura contemporánea